El agua forma parte de nosotros. “Supone el 85% de la sangre, el 80 % de la masa muscular y un cuarto de la masa ósea”, detallan los especialistas de Sanitas, empresa especializada en seguros y servicios de salud. “Es importante que el cuerpo permanezca hidratado, que mantenga el nivel correcto de agua, para permitir que se produzcan reacciones químicas vitales y que los nutrientes se transporten a los órganos y tejidos”, indican.


Nuestro organismo pierde agua constantemente, sobre todo, al orinar y al sudar, pero también al defecar e, incluso, al respirar. La deshidratación se produce cuando existe un balance de líquidos negativo, es decir, cuando se pierde más agua de la que se ingiere.


El verano aumenta el riesgo de desbalance

“Si estamos deshidratados, se obstaculiza la llegada de nutrientes a distintas partes de nuestro organismo, lo que dificulta su funcionamiento. Durante el verano, por el calor y por la regulación de la temperatura mediante la sudoración, las pérdidas de agua aumentan y se eleva el riesgo de desbalance”, manifiesta David Barajas Galindo, coordinador del Grupo de Trabajo de Metabolismo del Agua de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN).


Cuanta más agua se pierde, más graves son las consecuencias para el organismo. “Si la deshidratación es leve, sentimos cansancio, debilidad o dolor de cabeza, pero si la situación empeora pueden aparecer vómitos, aumento de la frecuencia cardíaca y respiratoria, así como una disminución del nivel de consciencia”, detalla el doctor Barajas.


No obstante, en condiciones normales, el organismo detecta la pérdida excesiva de agua y se agudiza la sensación de sed, lo que nos incita a beber para mantener el equilibrio hídrico.


“Normalmente no se aconseja ingerir líquido de forma forzada, aunque sea verano. Esta recomendación general cuenta con excepciones en algunos grupos de población como los niños, porque la sensación de sed no la tienen totalmente desarrollada, así como en los ancianos, ya que presentan más riesgo de desarrollar una deshidratación prolongada y su sensación de sed también puede estar disminuida”, manifiesta el endocrinólogo.


Si el déficit de agua resulta peligroso, beber agua de manera desproporcionada también puede ser nocivo. “Beber mucha más agua de la que se necesita puede provocar una disolución de las sales corporales conocida como hiponatremia. Los síntomas de la hiponatremia son: confusión, desorientación, dolor de cabeza, sensación de enfermedad, vómitos, descoordinación y calambres musculares. Si es muy grave, puede resultar en coma, fallo cardiaco e, incluso, producir la muerte”, advierten desde Sanitas.


Cantidades de agua indicadas

El doctor Barajas Galindo recomienda ingerir entre 2 y 2,5 litros de agua al día, aunque indica que esta cantidad debe incrementarse en las personas que realizan prácticas deportivas, en mujeres embarazadas o en periodo de lactancia y cuando se alcanzan altas temperaturas. Según explica, el ser humano adquiere cada día el 75% del agua que necesita en forma de líquido y el 25% a través de los alimentos.


En este sentido, los especialistas de la Fundación Española del Aparato Digestivo subrayan que todos los alimentos contienen agua, aunque la cantidad varía de manera considerable entre los secos y los turgentes. “Por ejemplo, el contenido hídrico de la mayoría de frutas y verduras supera, por lo general, el 85%, mientras que el arroz y la pasta contienen alrededor de un 70% de agua. Otros alimentos secos, como las galletas saladas, pueden contener un 5% de agua”, exponen.


En cuanto a las bebidas, el doctor Barajas Galindo afirma que, en condiciones generales, el líquido más recomendable es el agua, aunque existen excepciones. “En algunas situaciones, como al realizar deporte, podemos tener una pérdida excesiva de electrolitos, por lo que es aconsejable optar por una bebida isotónica para recuperar las sales perdidas por el sudor. Algo similar ocurre en el caso de padecer una enfermedad gastrointestinal, ya que es fundamental tomar preparados especiales con sales minerales para suplir la pérdida digestiva de las mismas”, aclara.


De igual modo, los expertos de la Fundación Española del Aparato Digestivo señalan que el agua es la fuente más importante de líquido en la dieta. Asimismo, consideran que las bebidas isotónicas o de reposición son una buena alternativa para hidratarse tras realizar un esfuerzo físico. “No ocurre lo mismo con los refrescos comunes que, por su alto contenido en azúcares, dificultan el rápido flujo de agua hacia el torrente circulatorio. Por su parte, las bebidas alcohólicas tienen un efecto diurético y podrían tener efectos perniciosos en términos de hidratación, según las cantidades consumidas”, concluyen.




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