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Por José L. Tavárez Henríquez

Hasta hace poco creí que la actitud de rechazo a la vacunación era cuestión de un grupo de ignorantes paranoicos que fácilmente se dejan arrastrar por teorías absurdas de conspiración, como los QAnon seguidores de D. Trump. Confieso que me he sentido sorprendido con personas a quienes les supongo inteligencia y buen juicio como para poder distinguir entre el dato científico y la mera ficción. 


Por disciplina filosófica me he detenido a valorar la situación y a examinar evidencias tratando de entender esta forma de razonar del grupo antivacunas. Hasta ahora no logro entender, excepto que al parecer Albert Einstein tenía razón al afirmar: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo". 


Por primera vez percibo consenso entre las grandes potencias, más allá de sus diferencias políticas e ideológicas, sobre la necesidad de investigar acerca de vacunas, crear alternativas y motivar a su población a vacunarse. Para que se tenga una idea del alcance de este acuerdo espontáneo, Estados Unidos está admitiendo en su territorio, con poquísimas excepciones, a inmunizados con distintas vacunas, incluyendo la china Sinovac.


La cerrazón que noto en algunas personas “normales” es de tal magnitud que ya no son sensibles a evidencias, por lo que se hace imposible razonar con ellas. Mueren personas en su entorno por covid-19, incluso familiares, las estadísticas muestran de forma contundente que quienes más se infectan gravemente o mueren son no-vacunados, pero ellos siguen firmes en rechazar vacunarse. La testarudez es tal que parece no importarles ser vectores de contagio para familiares, amigos, clientes y otros. Algunos están dispuestos a no viajar o a ser vetados en lugares públicos. Volviendo al gran físico alemán: “¡triste época la nuestra!, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. (A. Einstein). 


Aunque detesto la expresión: “te dije”, el problema de los no vacunados es suficientemente grave como para no advertir a mi familia, amigos, alumnos, y quien quiera saber cuán inteligente es vacunarse contra el covid-19. Del mismo modo, también lo es especialmente para quienes no somos tan jóvenes, la vacuna contra la influenza. 


Son millones de horas invertidas por hombres y mujeres de ciencia para encontrar solución a enfermedades y hacer que nuestro mundo avance por mejores caminos. Sabemos que alguien dirá que detrás de los laboratorios farmacológicos hay fines comerciales. Eso es cierto, pero también lo es el hecho irrefutable de que sus hallazgos han disminuido la mortalidad en el mundo y se ha alargado la esperanza de vida en el planeta.


Confiemos en la ciencia y cuidemos a los más cercanos evitando contagiarnos y contagiar a otros. Les hablo como filósofo, investigador en distintos campos del saber humano y persona que apuesta por el bienestar de sus seres queridos y de la humanidad. Además de haber pasado por la triste realidad de haberme infectado y rebasado a la fatal enfermedad. ¡Vacunémonos!

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