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Farmacos



Por Cristal Pérez Tapia

Es típico hablar de pastillas por su concepto genérico indicando sus usos y especificaciones. Las hay de todas formas y para toda necesidad: comprimidas, tabletas, grageas, cápsulas de liberación lenta y rápida… Nos dicen que el formato se corresponde con la enfermedad o los síntomas a tratar, de esta forma, el doctor o fármaco induce un formato personalizado con la hora en que debemos tomarla y demás cuestiones a tomar en cuenta. Aún así, surge la inminente duda de cómo es posible que una pastilla para el dolor de cabeza, espalda u otra aflicción corporal, pueda sanarte teniendo todas el mismo paradero inicial: el estómago. ¿Tendrá nuestro cuerpo algún tipo de inteligencia integrada para identificar la función de cada pastilla y redirigirla a su lugar cumbre de funcionalidad? ¿Es positivo su consumo?


Utilizando la boca como vía de entrada, la pastilla accede al sistema digestivo: esófago, estómago e intestino. De allí pasa a la sangre y “por arte de magia” se transporta y reparte el principio activo, que son las sustancias a las que se debe el efecto farmacológico de un medicamento para que pueda desempeñar su función. Analicemos esto detenidamente, podríamos justificar la maravilla de muchos fármacos evidenciando que, yendo todos al estómago, los alimentos que ingerimos permiten que el cuerpo obtenga los nutrientes y la energía que necesita y que como tal, mismo recorrido realizan estos medicamentos.


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El proceso digestivo comprende una actividad física del metabolismo llamada catabolismo, donde los alimentos complejos se degradan en sustancias más simples capaces de disolverse en agua y de difundirse para ingresar a la sangre. Esto quiere decir que para obtener las sustancias nutritivas necesarias los compuestos complejos  se tienen que degradar en otros más simples que nos van a servir de alimento, así podrán ser absorbidos para su aprovechamiento. Todo lo que ingerimos se identifica por grupos de nutrientes como son los carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas, minerales y agua. Entonces, pensemos en una pastilla común, compacta, esta entra a nuestro organismo segregándose, es más, supongamos que nos referimos al paracetamol, comúnmente conocido como acetaminofén. Sorpresivamente la  mayoría de cápsulas y tabletas contienen este único ingrediente que alivia el dolor y  la fiebre, tal aliciente curativo actúa primordialmente en el cerebro y su uso indica una multifuncionalidad efectiva sobre diversos dolores corporales. Además, inhibe la producción de sustancias químicas que causan dolor e inflamación, llamadas prostaglandinas. Pero, no solo alivia el dolor y la fiebre inmediata, sino que presenta efectos colaterales. En casos similares mucha gente opta por usar omeprazol, el omeprazol es considerado un protector para el estómago, es decir, pastillas que te ayudan a disipar los efectos secundarios de otras pastillas que estés tomando. Sin embargo, el uso de estas pastillas también es cuestionable.


En definitiva, resumiendo los argumentos,  los fármacos pueden ser peligrosos y no son imprescindibles para la vida.  Si no creemos esto debemos ver a nuestros antepasados, personas que supieron cuidarse sin tener nociones de qué era el paracetamol o algún otro medicamento.  La comodidad de las personas, la rapidez que se vive en el siglo XXI y la publicidad, su principal promotora, son responsables de esta situación que tiene una acción tremenda sobre la gente. El ser humano es cada vez más materialista y es lamentable ver cómo los medicamentos se asimilan como un cosmético o una golosina. Tenemos que  retomar la confianza de que el poder de curarse reside, muchas veces, en las buenas prácticas y la vida sana, sin tantos químicos de por medio. Nos servimos del mundo y de sus atributos naturales, por tanto, nunca habrá un árbol de pastillas, pero nuestra mejor pastilla debe ser la conciencia.

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