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Por Anthony Almonte

Martín Lutero   (1483-1546), alemán de Turingia, nacido en Eisleben de una familia de mineros pobres, entró en la orden de los monjes agustinos, después de una juventud azarosa en la que había combinado la penuria con el estudio. Pronto llegó a ser profesor de la recién fundada Universidad de Wittenberg, en Sajonia. Fue allí donde entró en conflicto con el arzobispo local a través de su agente Johannes Tetzel, a raíz de la cuestión de las indulgencias. 


Éstas eran vendidas por la Iglesia en cantidades considerables y le producían ganancias muy pingües. La indulgencia era una cédula de remisión de parte del castigo que le corresponde al alma después de la muerte, a causa de sus pecados. La diligencia de Tetzel en la venta de indulgencias le llevó a curiosas afirmaciones sobre la redención de penas por el pago que ni la misma Iglesia Romana se atrevía a hacer. Lutero, como fiel católico, combatió con gran denuedo las peregrinas y lucrativas afirmaciones de Tetzel. Su posición apareció en la forma de 95 tesis, que se ofreció a defender públicamente. El 31 de octubre de 1517 clavó este documento sobre la puerta del castillo de Wittenberg. Este acto dramático es el principio concreto de la Reforma Protestante en Europa. 


Pero como no era un acto gratuito ni solitario su éxito fue inmediato; Martín Lutero fue pronto apoyado por un sinnúmero de personas. El papa, León X, hijo de Lorenzo de Médicis, y que excomulgaría más tarde a Lutero, intentó dominarle apelando a los agustinos. Después de varias vicisitudes y debates públicos, la separación se hizo inevitable, pues en 1519 Lutero había declarado ya que el papa era el Anticristo, entre otras afirmaciones de similar calibre. 


El apoyo político que encontró Lutero se debe a las implicaciones sobre la autoridad que encerraba su doctrina, aunque jamás se preocupara por dilucidar la naturaleza misma de la autoridad.' Ya las veremos en seguida, mas notemos ahora el hecho escueto de que el monje rebelde no se encontró solo y que su protesta religiosa tuvo éxito porque se entroncó con las aspiraciones de los príncipes germánicos, aunque andando el tiempo éstos le fueran abandonando y apareciera un lüteranismo político ya fuera del control del mismo Martín Lutero. El caso es que, al principio, Lutero fue el portavoz de la rebelión protestante. Como tal se enfrentó personalmente con don Carlos V cuya vasta concepción de una Cristiandad unida, dinámica y entre renacentista y Renacimiento, Reforma E Ilustración medieval, Lutero había de minar implacablemente. 


Don Carlos le llamó ante la Dieta del Imperio, que se reunió en Worms, y allí se vieron. Como Lutero no se retractara, don Carlos desencadenó la guerra, llamada de Esmalcalda, que pese al temible apoyo bélico español acabó con una paz, la de Augsburgo (1555), que significaba una derrota para la política del Emperador católico, pues en ella se estipulaba que los príncipes luteranos podían seguir practicando su nueva religión. Así comenzaron las llamadas Guerras de Religión, que llenan toda una fase de la historia europea. Mucho antes de todos estos acontecimientos guerreros, Martín Lutero había traducido la Biblia al alemán literario moderno. Además, siguiendo sus principios acerca de la conducción de la vida privada y la del sacerdocio, había casado en 1525, con una ex monja, Catalina de Bora. 


El mensaje religioso de Lutero es amplio y complejo. Simplificando mucho, Lutero quería reformar todas las prácticas de la Iglesia y volver a lo que él creía ser el Cristianismo puro y primitivo. Con ello no intentaba dividir la Cristiandad, sino reformarla. Lo primero que hicieron los luteranos fue eliminar los «elementos idolátricos» de la liturgia e instaurar el texto bíblico como fuente constante de conocimiento religioso. Lutero hace de la Biblia el eje de toda su piedad, y de su lectura e interpretación libre por cada cristiano la forma central de acceso a la verdad, con lo cual los sacramentos pierden su función de transmisores más importantes de la gracia divina. A su vez, este enfoque entraña una apelación intensa al dogma de fe y, por ende, un ataque a la razón de los humanistas. 


Los humanistas universitarios norteños, que al principio simpatizaron con la protesta, se encontraron con un enemigo inusitado: Lutero atacó a las universidades, a pesar de ser él mismo un ejemplo excelente de universitario tudesco (había estudiado en la de Erfurt). Además le cabe el dudoso honor de haber repudiado fogosamente las teorías de Copérnico por primera vez, entre las de otros sabios. Pero tales ataques no iban dirigidos contra la universidad en sí ni contra la ciencia en general, sino contra la desviación de la verdad revelada. Así pronto sabios luteranos darían publicidad a las teorías copernicanas. La revelación entre Reforma y ciencia posee pues múltiples facetas. 


Pero la gran paradoja del luteranismo es que, a pesar de significar en ciertos sentidos el aumento fanático del irracionalismo y del dogmatismo, fue a la postre una fuente de libertad interna para las conciencias. En efecto, Lutero concedía una importancia capital a la decisión personal y, como se ha repetido con frecuencia, quería hacer de cada cristiano un sacerdote, o sea, un ser enteramente responsable de su fe y de sus actos. Todo esto puede verse en su manera de entender el libre examen de las Sagradas Escrituras, que aunque no consiste ni mucho menos en un análisis racional de ellas, sino en la Reforma Protestante una lectura mística, esconde las semillas de la crítica, muy a pesar de las intenciones del reformador turingio. 


Además, frente a la situalización romana, el Protestantismo luterano pedía nuevas responsabilidades al cristiano, al que coloca solo frente a Dios y frente a sí mismo, sin el consuelo de unos sacramentos sabiamente administrados por la clerecía. Por eso se puede decir que el Protestantismo es también un aspecto del triunfo del individualismo renacentista, pero un triunfo que ha de dejar a solas al hombre con su razón y, a la larga, desmoronar y dividir las iglesias protestantes como tales. Mas estos procesos de descomposición eclesiástica son los que permitieron, entre otros factores, el desarrollo ulterior de la nueva mentalidad tolerante, liberal y burguesa en grandes zonas del mundo europeo. 


Las Ideas Políticas De Lutero.

 Las obras políticas de Lutero son escritos de circunstancias, elementos de controversias muy emocionales, y no responden a una doctrina amplia y coherente. Si se comparan las ideas de diferentes momentos de la vida de Lutero, éstas parecen muy inconsistentes entre sí y, sin embargo, su importancia en la historia del desarrollo del pensamiento político moderno no es desdeñable. Lutero fue consistente, eso sí, en su insistencia en el deber de los cristianos de obedecer a las autoridades mundanas. Según él es el Todopoderoso quien ha puesto a los príncipes sobre la tierra, y hay que obedecerlos, por insensatas que sean sus obras. Hay que sufrir sus desmanes porque ésta es la condición de la vida social, el ser un lugar de sufrimiento para alcanzar el cielo. 


Por eso, afirma Lutero en su discurso A la nobleza cristiana t que jamás apoyará él la rebelión de los subditos contra sus príncipes. Todo el ataque sin cuartel que lleva a cabo contra la jerarquía eclesiástica se torna en ciega obediencia cuando se trata de los príncipes, quienes apoyan fervientemente una doctrina que les es muy favorable a su poder. De ese modo, la doctrina medieval de las dos espadas, la sociedad dividida en dos jerarquías que conviven en difícil desequilibrio, se viene abajo. Con ello el luteranismo refuerza la tendencia política absolutista.


  Las razones alegadas por Lutero son diferentes a las maquiavelianas, pero los resultados se asemejan. Por otra parte el elemento patriótico tampoco está ausente; el último capítulo de El Príncipe que pide la liberación de Italia de los bárbaros, encuentra su eco en el discurso luterano A la nobleza cristiana de la nación alemana, en la que las exhortaciones religiosas se combinan con un resquemor germánico contra el dominio religioso de los italianos. Hay otra razón por la que Lutero predica la obediencia, y es su horror ante el caos social que hundiría un sistema jerárquico dentro del cual era posible su rebelión espiritual, porque Lutero pretende que su revuelta sea espiritual y que ello no entrañe.


  Renacimiento, Reforma E Ilustración otros cambios que los estrictamente formales de la Iglesia. De ahí proviene su feroz hostilidad contra los movimientos religiosos populares que pedían reformas sociales. Las Rebeliones Campesinas centroeuropeas cogieron a Lutero por sorpresa. Los campesinos se acogían a ciertos credos religiosos, pero su motivo era económico, pues se hallaban ahogados por los impuestos y las gabelas señoriales. Lo curioso del caso es que el mensaje luterano precisamente fue el que acabó por dar a esos campesinos una conciencia de lo injusto de su situación. Lutero enseñaba la libertad espiritual y los oprimidos en seguida la interpretaron en un sentido social. La lectura de la Biblia los intoxicó y exaltó cual si fuera vino embriagador, y los llevó, no a la revolución, sino a la anarquía absoluta. 


Fue entonces cuando Martín Lutero escribió su reaccionario panfleto Contra las hordas asesinas y ladronas de los campesinos, con lo cual aumentó o reforzó los prejuicios aristocráticos contra la masa campesina. Esto parece más sorprendente cuando se considera que fueron las ideas de Lutero las que pusieron en marcha la rebelión de los campesinos alemanes, quienes encontraron en ellas una fuente de inspiración para resolver su aguda situación de casta explotada. Los campesinos creyeron que el mensaje de Lutero se refería más al Sermón de la Montaña que al sistema teológico desarrollado a través de varios siglos de Cristianismo.


Bibliografía:

  • Salvador Giner . (1982). Historia del Pensamiento Social. España: Ariel, S.A. 
  • Jackson J. Spielvogel. (2010). Historia Universal. Civilización de Occidente: Tomo 2, Séptima    edición. Mexico: Timoteo Eliosa García.

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