Por Sixto Vladimir Marrero

Hablar sobre el amo de las tinieblas es un tema controversial, pues desde el origen del hombre, Satanás ha sido considerado el principal enemigo de la humanidad. Según numerosas historias y algunos mitos, se le atribuye la responsabilidad de todo lo malo que hacemos y recibimos en nuestra vida.


Desde la creación de la Tierra y todos sus habitantes, los seres humanos hemos buscado evadir la responsabilidad de nuestros actos cuando nos avergonzamos de ellos. Sin embargo, si recordamos lo que nos dice la Biblia acerca del primer pecado, la desobediencia contra el Creador, Adán se lavó las manos y acusó a su esposa Eva, quien a su vez culpó a la serpiente (en ese entonces, Satanás) de las acciones cometidas por la pareja. Desde entonces, los hombres han estado echándole la culpa de su comportamiento irresponsable a Lucifer.


Sé que este tema puede causar disgusto en algunos cristianos e incluso hacer que otros me acusen de hereje, impío o hasta satánico por pensar que estoy defendiendo al señor del infierno, lo cual no es cierto. Mi objetivo es hacer que el hombre asuma su culpa. Si analizamos el contexto en el que Dios otorgó libre albedrío a la humanidad para elegir entre el bien y el mal, surge la pregunta de cómo, al mismo tiempo, el demonio puede ser responsable de nuestra mala conducta.


Entonces, surgen interrogantes: ¿Quién le dio autoridad al rey de las tinieblas sobre nuestro cuerpo? ¿Tiene Satanás dominio sobre nuestras emociones y sentimientos? ¿Es Lucifer capaz de llevar al hombre a su propia destrucción? Aunque no tengo respuestas concretas a estas preguntas, sé que el hombre se ha convertido en su propio demonio. En su afán de querer ser Dios, se ha vuelto egoísta, vanidoso y envidioso, convirtiéndose en el propio Satanás al que tanto teme.

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